jueves, 26 de noviembre de 2015

Edificar es resolver un problema




Saber Construir

Edificar es resolver un problema

De acuerdo con la tradición, antaño, edificar consistía en aplicar, para satisfacer un programa particular, unos procedimientos sancionados por la experiencia.
La creación radica en trazar planos y alzados, aclarados, si es pre­ciso, por las secciones y por las memorias adjuntas. La ejecución se confía a oficios o empresas, que reivindican la facultad de resolver los problemas, perfectamente dominados, que plantea la realización de obras del todo conocidas.
Si el edificio así levantado es satisfactorio, se debe, a la vez, a que el tiempo ha eliminado tanto los conceptos como las ejecuciones peligrosos y a que el usuario, por no ser capaz de imaginar más que lo que conoce, se contenta con la repetición indefinida de lo que siempre ha visto.
Este sistema ha sufrido los primeros impactos con la aparición de las instalaciones de comodidad, las cuales, al principio, fueron pura y sim­plemente añadidas al edificio: la fontanería, la calefacción, la electricidad se proyectan y realizan después de terminada la construcción. (En Aus­tria, todavía se procede así y los contratistas de calefacción no quieren intervenir hasta que el edificio ha sido recibido.)
Otros impactos reconocen su origen en la aparición de estructuras, trasunto de las de obras públicas: esqueleto metálico y, luego, hormi­gón armado; tales novedades acarreaban trastornos en la ejecución de la obra gruesa. Y su aplicación exigía cálculos, que en seguida se confiaron al ingeniero.
No nos dimos cuenta, a la sazón, de la profundidad de los cambios acaecidos. Por ejemplo, en el período de entreguerras, se han edificado, al amparo de la tradición, construcciones de hormigón armado cuajadas con ladrillo hueco, que son una ofensa a la acústica y a los efectos atér­manos. Pero, no nos atrevíamos a creer que pudiera existir otra manera de concebir el edificio más que la tradicional. Así pues, la novedad recibió el nombre de tradicional, eludiendo así los problemas que plantea el convencimiento de la incapacidad de la tradición para suministrar los ins­trumentos intelectuales indispensables para el empleo de las novedades reales de nuestro siglo industrial.
Después del 1945, se ha acelerado el ritmo de aplicación de nove­dades.
Aparecieron procesos de construcción más revolucionarios y, no obs­tante, fue preciso tiempo para que los más atrevidos reconocieran que la referencia a la tradición había prescrito.
Esta evidencia, que se manifestó paulatinamente, no apareció a los que tenían la misión de redactar los proyectos, sino a quienes debían decir si los nuevos materiales y procedimientos eran aceptables. De una nueva solución no cabe decir si es buena o mala por la sola referencia a una solución antigua de un problema no planteado.
Esto salta a la vista en la paradoja del muro. Un muro tradicional, aceptable en el clima de la meseta central, es el de cantería de 35 cm de tizón, con enlucido interior de yeso.
El muro no tradicional, en el que se indaga si es aceptable, será com­parado al muro de cantería, como índice de referencia. Vamos a cotejar sus pesos, sus resistencias, sus porosidades, sus dilataciones, sus aisla­mientos térmicos, etc. ¿Y después? ¿Tienen, en todo, iguales caracterís­ticas el muro nuevo y el muro antiguo? Esto no es posible más que si el muro nuevo es un muro de cantería de 35 cm con pañete de yeso, lo cual contradice la afirmación de que el muro es nuevo. Por tanto, las características del muro nuevo son diferentes de las del muro tradicional de referencia. ¿Hay en ello ventaja o inconveniente? Nada nos permite, por ahora, decidirlo. Por otra parte, si meditamos un poco, ni siquiera sabemos por qué el muro tradicional es bueno.
Si, por consiguiente, queremos emitir juicio sobre el muro nuevo, es preciso que definamos la función que ha de desempeñar en la cons­trucción y verifiquemos si la cumple. Más, tal función en el campo tra­dicional, jamás ha sido definida. Todo el mundo ignoraba si convenía que el muro tuviera cierta porosidad, cierto aislamiento, en general, cier­tas características físicas determinadas.
Además, comprobamos muy fácilmente que dicha función no es in­dependiente de la exigida a otros elementos de la construcción. El muro será diferente según sea o no sustentante, desde luego, pero también según que los demás elementos constructivos sean o no macizos, según que la pared esté o no protegida de la intemperie por salidizos, cornisas, etcétera.
En pocas palabras, la función muro posee un contenido variable se­gún la organización de conjunto adoptada para la construcción. No es, por tanto, a nivel de las funciones de los diferentes elementos que podremos afianzarnos sobre terreno firme.
Hay que subir aún más, para considerar la finalidad que se quiere alcanzar al construir el edificio, donde hallar base segura.
Pero, ¿es posible formar la lista de todo lo que exigimos a un edificio?
Nuestra respuesta es: Sí, es posible y vamos a demostrarlo a con­tinuación.
Ya desde ahora, subrayamos que este proceso de pensamiento, que se ha desarrollado en el Centro científico y técnico de la Edificación, en París, obligado a ensayar los nuevos materiales y procedimientos de construcción para otorgarles el beneplácito, conduce el modo de abordar el problema constructivo a la manera ordinaria de plantear los problemas industriales. Se empieza siempre por plantear el problema que debe ser resuelto, en relación con las pruebas exigidas. Y será válida cualquier solución que responda al conjunto de las exigencias manifestadas.
Se dirá, empero, que, cuando se redacta el programa de una construc­ción ya es, en efecto, lo que se hace. Sí, en parte. El programa de un inmueble de viviendas, por ejemplo, dará indicaciones sobre 'el volumen general del edificio, el número y la composición de las viviendas, el tipo de las mismas respecto a los reglamentos de ayuda financiera del Estado, el precio. Pero, no define lo que se entiende por vivienda.
Dicha laguna queda colmada, en parte, por el reglamento de la cons­trucción. Tal vez sólo mañana, como remate de nuestra actuación para definir la vivienda mediante el enunciado de las exigencias, se conseguirá un reglamento que dé la definición completa de la vivienda.
De momento, retengamos que, además del programa explícito del cliente, quien no apunta más que a una operación privada, hay un pro­grama implícito y general, que se expresa en exigencias y que constituye el desarrollo, la definición del vocablo vivienda. Claro está que lo vá­lido para la vivienda, también rige para oficinas, escuelas, hospitales, talleres, salas públicas para asambleas, etc. A lo sumo, hay que observar que la vivienda es, con mucho, el local mejor definido por los reglamen­tos oficiales.
Dejamos para el capítulo siguiente el pormenor de las exigencias del hombre respecto a los locales en que mora (asimismo, del ganado para el establo y aún del grano para los silos) y decimos aquí cómo se pueden clasificar dichas exigencias:
Hay las manifestadas por el hombre, como animal vivo, o. sea:
Exigencias fisiológicas
Las manifestadas por el hombre, cual ser inteligente
Exigencias psicológicas
Las del hombre, como ser social
Exigencias sociológicas
Y, por fin, las del homo œconomicus
Exigencias económicas


Cabe reagrupar los tres primeros tipos de exigencias bajo la rúbrica co­mún exigencias de habitabilidad, al paso que las exigencias económicas pueden descomponerse en una exigencia de durabilidad y una exigencia de costo o económica propiamente dicha.
Algunas de las citadas exigencias tienen carácter absoluto. No cabe transigir con la proporción de óxido de carbono admisible en el aire que se respira. Otras van vinculadas a la educación y también a los recursos: son las que suelen recibir el nombre de exigencias de comodidad o de bienestar.
Hace unos años, propusimos la adopción de tres niveles al respecto: modesto, medio y superior. La Asociación de la Salud pública americana contempla cuatro niveles: no morir, no estar enfermo, estar en condicio­nes de trabajo eficaz, estar en condiciones agradables. Cuatro niveles son muchos y, además, dichos niveles entremezclan lo absoluto con lo rela­tivo. Nuestros tres niveles, hoy, ya nos parecen una precisión excesiva para la mayor parte de las exigencias.
En realidad, es suficiente considerar, por un lado, las exigencias abso­lutas y, por otro, un valor de las exigencias relativas, con relación al cual se aplicará un aumento para los ricos y una reducción para los pobres.
Sea de ello lo que fuere, podemos, pues, establecer una lista de exi­gencias con sus niveles respectivos.
Es posible aún formular otra lista de exigencias: las de la colecti­vidad dentro de la cual se construirá el edificio.
Una comunidad de edificios crea un entorno caracterizado por deter­minadas magnitudes: nivel sonoro, polución del aire, del agua, etc. Para que esas magnitudes queden por debajo de los límites del edificio, es preciso que cada cual respete cierta disciplina y no contribuya, allende determinado valor, a la creación de molestias colectivas. Las exigencias de la colectividad son la resultante de dichos valores.
Los edificios, por otra parte, deben mostrar congruencia con las exi­gencias de sus moradores en el sentido en que se alzan. Esto es de una claridad meridiana, pero no es inútil recordarlo. En efecto, todos hemos visto edificios concebidos para una zona costanera, de clima tropical hú­medo, erigido en lo interior del país, donde reina clima sahariano.
Hay que reunir, por tanto, datos naturales, datos climatológicos y da­tos sísmicos.
Los datos climatológicos son, en esencia: la temperatura y las hela­das, la higrometría, los vientos, el asoleo (o nubosidad), la lluvia y la nieve.
Insistiremos en lo que precede al tratar de las condiciones natura­les (Cap. III). En el anexo, figuran mapas climatológicos y sísmicos.
Junto a los datos naturales, hay que atender a los datos exteriores impuestos: el aire para la ventilación de los edificios queda viciado a causa de las aglomeraciones. El nivel exterior será el que sea, en cada caso particular, según los diferentes tránsitos: aéreo, ferroviario, por carretera. Tales hechos se imponen al constructor, que no puede zafarse de conocer los valores de la polución o del nivel sonoro, para edificar en consecuencia.
Más adelante, volveremos sobre estos datos.
Es indispensable una postrera consideración: la de las condiciones de ocupación. Debe ser evidente para todo hijo de vecino que un edificio no puede satisfacer las exigencias de su categoría más que si está ocu­pado en condiciones definidas —de hecho, definidas por el uso corrien­te—; para una vivienda, será el uso propio de un buen padre de familia. Si el ocupante cierra las entradas de aire de ventilación y pone a hervir agua durante todo el día, se producirán inevitables condensaciones, si anda con zapatos claveteados por el piso de linóleo, éste no podrá durar diez años, etc.
Por un instante, hemos considerado tres modos de ocupación: me­diocre, mediana y superior. Esta precisión es quizá inútil. Pero hay que tener presente que la significación del término ocupación normal no es la misma en una vivienda de cuatro piezas ocupada por seis personas que en otra lujosa de igual número de aposentos, donde viven dos o tres personas. Cuanto más modesta es la morada, tanto más la ocupación influye en la construcción. Tenemos aquí una verdad a menudo ignorada, que explica los fracasos sufridos siempre que se pretende construir a pre­cios más bajos para habitantes más pobres. Se llega a un equilibrio, por debajo del cual no hay solución posible.
En verdad, las viviendas hacinadas y, con mayor razón, las de los inci­viles piden más cualidades de durabilidad que los pisos de los burgueses.
Recapitulemos: exigencias del ocupante, incluso las exigencias eco­nómicas, a saber, exigencias de habitabilidad, de durabilidad y de economía, exigencias de la colectividad, datos naturales, datos exteriores impuestos, condiciones normales de ocupación, he aquí el conjunto de datos para plantear el problema. Edificar es resolver este problema.
Ahora, sustentamos el criterio que se puede y, por consiguiente, se debe resolverlo con base científica y ya no empíricamente. Esto equivale a decir que disponemos de conocimientos científicos suficientes para resolver el problema que acabamos de plantear, es decir, que la acústica y la termología aplicadas a los edificios y asimismo la iluminación, la resis­tencia de materiales, la sociología y la economía están ya bastante avan­zadas para lograr la susodicha solución.
En los capítulos siguientes, tendremos ocasión de demostrarlo para las ciencias que se nos podrían antojar más discutibles: la economía, la so­ciología y la ciencia de la durabilidad. Para las demás, remitimos a los tratados especializados.
Se podrá así comprobar que, en efecto, merced a las ciencias aplica­das a la edificación, cabe razonar y, a menudo, calcular las soluciones; en definitiva, determinar las características físicas exigibles a determina­dos elementos de la construcción, en un campo definido, lo que suele llamarse las reglas de calidad para tales elementos.
El problema nos fue planteado en términos de exigencias humanas respecto al conjunto del local y, ahora, la aplicación de las ciencias nos da reglas de calidad para los elementos constructivos.
Conviene observar que elemento constructivo debe ser interpretado en sentido amplio: es, tanto como un muro, la instalación de calefacción, el sistema de ventilación, la distribución interior.
A fuer de exactos, hemos de reconocer que el estado de nuestros co­nocimientos carece, en realidad, de la total perfección para permitirnos expresar todas las reglas de calidad bajo la forma de métodos de cálculo en que intervengan los valores de magnitudes físicas correctamente defi­nidas.
A decir verdad, esas reglas de calidad se expresan de tres maneras:
·         El caso perfecto. El alcance de nuestro saber permite expresar la regla bajo la forma de un método de cálculo en el que figuren las mag­nitudes físicas características de los datos naturales o exteriores impuestos y las magnitudes físicas características de los materiales de estructura.
·         Es la expresión científica. Por ejemplo, se sabe calcular una estructura sustentante en función de las cargas naturales, las sobrecargas y los mó­dulos de resistencia de los materiales.
·         El caso intermedio. No sabemos calcular las estructuras, pero so­mos capaces de definir la obra satisfactoria, mediante la descripción del buen oficio, según las normas de ejecución y de materiales. Dichas defi­niciones se refieren a menudo a índices tecnológicos, referidos a la marcha de ensayos. Es la expresión tecnológica. Por ejemplo: un embaldosado durable se obtendrá colocando en obra, de acuerdo con la norma perti­nente, las baldosas fabricadas según la respectiva norma. Tales baldosas, en particular, sometidas al ensayo de abrasión con disco de arena, no acusarán una entalladura superior a 12 mm.
·         Por fin, el caso de ignorancia. La regla de calidad se expresa por repetición de la propia exigencia humana. Es la expresión exigencial. Por ejemplo, un témpano de fachada deberá resistir el choque de un saco de arena de 50 kg, al caer de 2 m. de altura. Es la transcripción, bajo forma de un ensayo seminatural, de la verificación directa de la siguiente exigencia: un hombre que tropieza y choca con el témpano no debe atravesarlo.
Puede resultar más cómodo el empleo de la expresión tecnológica o exigencial de una regla de calidad, incluso en caso de conocer la expre­sión científica, dado que puede ser más expedito el ensayo de una estruc­tura o la aplicación de una receta tecnológica que enfrascarse en cálculos y medidas.
Las reglas de calidad destinadas a asegurarse la satisfacción de las exigencias térmicas, acústicas o de iluminación y de estabilidad presentan, en general, expresión científica.
Al contrario, las reglas de calidad destinadas a satisfacer la exigencia de durabilidad no tienen casi nunca expresión científica, porque nuestra ciencia de la durabilidad está aún en mantillas. Por otra parte, la expre­sión exigencial resulta ineficaz, dado que la durabilidad no puede demostrarse a través de una experiencia instantánea, no cabe probarla más que por la persistencia. Es, pues, la expresión tecnológica la que se impondrá para las reglas de calidad que traducen la exigencia de durabilidad.
Añadamos que es raro que se pueda, de hecho, enunciar reglas cabal­mente suficientes para garantía de la durabilidad. Quedará casi siempre, en grado mayor o menor, la necesidad de una apreciación acerca de la validez de las reglas dadas. Insistimos en ello.
Las reglas de calidad vienen dadas, en las normas, por ciencia. Nos ocupamos en darlas, más completas, por elemento constructivo.

Fuente: Saber Construir - Habitabilidad - Durabilidad - Economía de los Edificios - Gerard Blachere (Editores Técnicos Asociados, S. A. - Barcelona, 1967)

miércoles, 25 de noviembre de 2015

RT reporta (E23) Perú, retrato de una contradicción


Perú, Retrato de una Contradicción

Hay veces que para ver un problema, debemos respirar hondo y alejarnos lo suficiente para verlo desde una prespectiva mas amplia para poderla entender.

El reportaje de RT expresa una visión de la actualidad del Perú, los contrastes y colores diversos de una sociedad que busca justicia dentro de un Mundo Global, desde una visión que busca entender.


Fuente: Video RT reporta (E23) Perú, retrato de una Contradicción